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Ángel, Growing Up y un verano

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En estos días, ya necesito el verano. Las vacaciones, el gazpacho, el mar y la luz de Cádiz, las conversaciones, la colchoneta, las ganas de bailar, y los cumples de mis hijos. Este año, además, el Boss en concierto en Madrid, el anuncio de un nuevo libro de Víctor del Árbol, y el paso de mi hijo Ángel a la edad adulta. Por eso, este artículo y este verano quiero dedicárselos a él.

Querido Ángel, cumples 18 años. Para ti, estos son días de nervios, de litros de Nestea nocturnos, de giras por las listas de las universidades, de esa maldita geografía que ha dado un nuevo rumbo a la EVAU. Te pueden las ganas de querer terminar sin saber aún que sería mejor que nada terminara… y que ahora comienza todo.

Imagino recuerdas que de niño, te llamábamos Ángel Bruce; como a Teresa, Spring y a Jaime, Teen. Mis tres hijos formando el nombre del artista favorito del tío Javi y mío. Por eso por tu cumple, voy a contarte el porqué de mi pasión por Bruce. Fue en otro verano. Uno que comenzaba un 2 de agosto de 1988; el Boss daba su primer concierto en Madrid. Que la capital ardiera ese día, no importaba: a los 17 años, el sudor solo te hace más sexy.

En el Vicente Calderón estuvimos gran parte de ese grupo al que mi madre aún llama “mi pandilla”: Fredo, Juan, Santi, Lola, Rosa… En aquel concierto, entre vestidos muy cortos y camisetas arremangadas, con una pancarta pidiendo Rosalita y el deseo de bailar en la oscuridad, sentimos – como solo se siente a esa edad – la pasión por el rock, la amistad, el alcohol caliente y la libertad.

Durante las horas y horas que duró el concierto, fuimos como Bruce nos quiere: rebeldes, inconformistas, valientes, sensibles, distintos, auténticos. Forjamos nuestra juventud con la banda sonora de su voz ronca que se come a bocados la vida, el amor y tantas sílabas. Recorrimos su “Tunnel of Love” y sentimos, diciendo adiós a la adolescencia, que jamás nos rendiríamos porque habíamos nacido para correr. Allí, subida en los hombros de Juan, miré cara a cara a la vida y grité: “¡no me das miedo!”. Te juro, Ángel, que esa es la mejor sensación del mundo: vivir sin miedo. La putada, hijo, es que no dura para siempre.

Cuando se publique este artículo, mi pandilla y yo habremos ido a un nuevo concierto de Springsteen, del Calderón al Wanda, del siglo XX al XXI; más cansados, con más ropa y menos vicios. Gestaremos juntos un lunes de rock con vistas a una semana entera de resaca adulta; sentiremos seguro algún mal deseo y, ardiendo, abrazaremos la recién estrenada libertad de Ana, reviviendo aquellos días de gloria que vivimos sin miedo. Como en el verano, volveremos a querer sentirnos niños, igual que en 1988 quisimos sentirnos adultos.

Ahora te toca a ti, Ángel. Poco a poco irás perdiendo todo eso que ahora quieres perder y que luego extrañarás. Te toca ponerte en modo «Growing Up»: abrirte al dolor y dejarte atravesar por la lluvia; caminar con la muleta torcida y salir con el alma intacta; te toca ponerte de pie cuando te obliguen a sentarte. Que te acompañen, Ángel, tus amigos, tu familia, las ganas de viajar, algunos libros y las canciones de los viejos rockeros que son eternas. La letra de la canción que pedía la pancarta de Juan nos recuerda que solo estamos aquí por diversión.